Testimonio de la Pascua
“ardía nuestro corazón…”
Con este lema tomado del relato de Emaús hemos celebrado la Pascua Joven 2012. Era un deseo, una necesidad, una oración… y ahora es una experiencia vivida por los 31 participantes ¡ha ardido nuestro corazón!
Desde la noche del miércoles Santo hasta la mañana de Resurrección hemos renovado el Misterio Pascual en las celebraciones litúrgicas, meditaciones y convivencia entre nosotros. Todo nos ha ayudado a encontrarnos con el Señor y reconocerle caminando a nuestro lado.
¿Qué destacar? Casi todo, comenzando por la celebración del Sacramento de la Penitencia la mañana del Jueves Santo, que lo dispuso y preparó todo. La Cena del Señor, la Hora Santa, la madrugada ante el Monumento, el Vía Crucis, la Pasión, la adoración de la Cruz… y, por supuesto, la gran Vigilia Pascual. Dos horas y media largas de celebración vibrante, llena de luz y cantos, y prolongada en la alegría de una fiesta sin más ingredientes que la alegría hasta bien entrada la madrugada.
La mañana del Sábado Santo, se ha convertido en una cita indispensable: nos acercamos al Santuario de Castrotierra para hacer unas horas de desierto. Los jóvenes, en ambiente de silencio, tratan de reposar todo lo vivido en las celebraciones hasta ese momento y disponerse para celebrar la Pascua y renovar la fe y la vida cristiana.
En esa mañana, muchos ponen por escrito sus sentimientos y sus vivencias. Espontáneamente, uno de los jóvenes, se acercó al final de la mañana para entregarme un pequeño testimonio por escrito. Se lo he agradecido enormemente. Sabía que estaba sufriendo por esas cosas que nos provocamos en la vida cuando nos alejamos de Dios. Lo comparto con vosotros, aunque respeto su anonimato, porque es una gracia escuchar, como en el Evangelio de Juan, que “ardía su corazón…” en la Pascua Joven.
Hoy todo te lo debo a Ti: mi familia, mis amigos, toda aquella gente que ha pasado y pasará por mi vida, mi historia, y todo lo que hoy me hace ser quien soy. Tú sabes bien lo que hoy necesito y todo lo que no necesito. No dejes que me mueva por las cosas de este mundo. No permitas que vuelva a caer en todo aquello que me aleje de ti. Guía mi camino y pon en mi vida todas las personas que me acerquen a ti, y aléjame de las que me lo impiden. Permíteme ver la vida como un regalo y enséñame tú a valorarla y saber vivirla como hija tuya. Permíteme, Señor, dejarte hacer sin yo entender. Deja que mi corazón se abra, arda, y pueda hacer tu voluntad.
Sabes bien, y sólo tú, por qué estoy aquí. Te doy las gracias por darme ese empujón que me faltaba. Te necesito todos los días de mi vida, ahora sé que no puedo estar sin ti. Ayúdame a llevar la cruz que tanto me pesa, sabes que soy muy débil. Despégame del orgullo, la soberbia, el egoísmo, las apariencias y todo lo que tú sabes que me hace mal. Ayúdame a entregarme a los demás y perdóname por todo lo que te fallo cada día.
Bendice a mis padres, dales el 101% por todas las consecuencias sufridas por mi pecado. Tú has querido que fuera así, y si es tu voluntad, déjame devolverles todo lo que han hecho por mí.
Estar aquí hoy me colma de serenidad, de bienestar; me ayuda a llevar la cruz contigo. Hace unos días no entendía absolutamente nada, el sentido de mi vida estaba totalmente perdido. Me sentía muy sola y sentía que nadie podía ayudarme, ni siquiera tú. Bien sabes que por mis propias fuerzas no hubiera venido, pero algo me movía por dentro. Me dolía el corazón, sentía una amargura tremenda. Hasta que me pusiste los frenos, me abriste los ojos, y me dijiste: “hasta aquí hemos llegado”.
Hoy las circunstancias que se presentan en mi vida no me asustan, pues pase lo que pase, se estará cumpliendo tu voluntad. Así que cuando me veas llorar, sabrás que una vez más será porque he vuelto a encontrarme contigo y el sentido de mi vida está volviendo a su lugar. No temo, soy completamente feliz. (Anónimo, un participante en la Pascua Joven).
Enrique Martínez
Delegado Episcopal de Pastoral Juvenil